Días pasados me encontraba en la fila, esperando para pagar unos impuestos, en la municipalidad, cuando algo vino a mi memoria relacionado precisamente a la época en que formé parte del grupo que, dirigido por Jorge Villalba, había forjado el Teatro San José. Ahi nomás, a la vueltita de la muni.
Y claro... los recuerdos a veces vienen a tocar en el llamador de nuestra memoria. Fue mientras esperaba mi turno de llegar a la caja, antipática caja, que me lleva varios pesos cada mes.
Pero, bueno,así es la vida en sociedad. Recibimos servicios o tenemos derechos y esa organización tiene costos que cads usuario debe pagar con sus recursos.
El caso es que- volviendo al relato- mi vista errante se posó de pronto en una de las sillas ubicadas frete a las ventanillas donde -como en un confesionario- llegamos para iniciar un trámite, dilucidar dudas o pedir asesoramiento. Entonces los contribuyentes nos sentamos en esas sillas, para ser atendidos por una de las empleadas,como antes nos sentábamos a presenciar una obra, escuchar a un grupo musical o para oir una charla sobre tal o cual tema, en el querido Teatro.
La imagen me exime de describirlas y seguramente muchos las conocen de la época en que pertenecían al teatro y aquí es interesante que pase a narrar cómo fue que dotamos al modesto coliseo de dichas sillas. No estuvieron desde el principio, no. Al principio se instalaron antiguas butacas que habían pertenecido a la sala Amankay por entonces de la sociedad COW.
Posteriormente y para optimizar el uso del espacio, se resolvió reemplazar las butacas, fijadas al piso y atornilladas sobre tablones, por sillas plegables que podían ubicarse disponiéndolas de distinta forma o de ser necesario plegarlas para que ocupasen menos lugar y dejar el resto de la sala libre para la ráctica o el ensayo de danzas, yoga o lo que fuere.
Las sillas en cuestión fueron compradas con el aporte de los amigos del teatro, de los vecinos. Los voluntarios donante pagaron el costo de una o más unidades y en reconocimiento se colocó a cada silla una chapita con el nombre del donante.Como mucos del grupo liderado por Jorge, yo también tuve en una de las sillas la chapita con mi nombre.
Seguramente la idea fue de Villalba.
Hasta aquí lo que yo recuerdo. Será interesante que quienes habiendo pertenecido a FACSMA o al grupo de teatro o como donantes hayan tenido su nombre en la chapita de una de esas sillas, aporten detalles que recuerden, por ejemplo: el costo de cada silla, hasta que año se utilizaron.
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Ah, se ve que las sillas, una vez desafectadas del teatro, se distribuyeron en distintas dependencias municipales, porque he visto una de ellas en las oficinas de la Dirección de Tránsito, enla Terminal de Ómnibus, cuando fui a gestionar la renovación de mi licencia de conducir.